La expansión de la minería en el oriente de Bolivia, particularmente en la región precámbrica de Santa Cruz, pone en evidencia profundas diferencias con respecto a la actividad extractiva en la zona andina. Mientras en occidente la minería tiene una trayectoria centenaria, en el oriente recién comienza a desarrollarse, muchas veces sin estudios geológicos adecuados ni planificación técnica. Cooperativas, pequeñas empresas y buscadoras de oro ingresan a zonas de alta biodiversidad con prácticas improvisadas que desconocen la fragilidad del territorio.
Expertos como el geólogo alemán Miguel Viste y representantes del proyecto Planet Gold advierten que la falta de conocimiento sobre el tipo de suelo, la geología y los métodos apropiados de extracción puede derivar en daños irreversibles para el ambiente y mayores riesgos para quienes realizan esta actividad. El uso indiscriminado del mercurio es uno de los principales peligros. Este metal, prohibido por el Convenio de Minamata, sigue utilizándose en la minería artesanal, contaminando ríos y afectando gravemente la salud de comunidades que ni siquiera participan de la extracción.
La situación se agrava por la presencia de minería ilegal que avanza con métodos destructivos, sin controles ni compromisos ambientales. Las instituciones estatales, desde el nivel central hasta las gobernaciones y municipios, tienen la responsabilidad de regular esta actividad y prevenir que el oriente boliviano repita los errores del pasado. La improvisación, el extractivismo sin reglas y la falta de inversión técnica no deben seguir marcando el rumbo de una actividad con tantas implicaciones sociales y ambientales.