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2017-10-04

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La naturaleza es vista como un don de Dios, y el planeta la casa común que habitamos como seres humanos, por ello es necesario comprender el pecado como la falta con esta armonía significativa, con la esperanza de la conversión y el seguimiento hacia la coherencia con la vida cristiana.

Reflexiones de Francisco Muguiro sj / Radio Marañon – Coordinadora Nacional de Perú (CNR)

Toda espiritualidad es un camino para llegar a lo más profundo de nosotros/as mismos/as, para vivir nuestra totalidad como seres humanos en relación con nuestro ser y con los demás. Para los cristianos y cristianas, para llegar a un Dios encarnado en todas las personas y en la historia concreta de esas personas, se consideran varias espiritualidades, que nacieron para responder a un contexto y a unas personas concretas. Las espiritualidades se van renovando según los tiempos en que se vive.

Las espiritualidades tienen algunos rasgos que seguirán permaneciendo con el pasar del tiempo, pero que a su vez se van adaptando a la realidad histórica. Los seguidores de San Benito, –quien vivió una espiritualidad contemplativa–, siguen viviendo una propuesta de vida contemplativa con rasgos pertenecientes al mundo de hoy. Ghandi vivió una espiritualidad parecida a la de Nelson Mandela y a la de Martin Luther King, relacionada con la liberación de sus pueblos; los seguidores de San Ignacio cuya espiritualidad en contraposición con la de San Benito, proponían ser contemplativos en la acción y al contexto. Sin embargo, así como aquellos tiempos, que fueron especiales, produjeron espiritualidades que respondían a sus tiempos, los tiempos de ahora exigen que adaptemos nuestras espiritualidades, o que en estos momentos históricos, leyendo los signos de los tiempos creamos espiritualidades nuevas. La pregunta sería: ¿Qué signos de los tiempos nos exigirían una espiritualidad nueva acorde con los tiempos en que vivimos?

Ya estamos convencidos y convencidas que los cambios que vivimos no son cambios de una época, sino que son signos de un cambio de época. Lo que nos da una idea que los paradigmas del desarrollo ya no son los mismos, aquellos no nos sirvieron o cayeron por ineficaces y engañosos, a pesar de la insistencia de algunos en indicar que ése es el camino de la historia, pero ya nos dimos cuenta que efectivamente por ahí solo va la historia de ellos, de las élites y no la de las mayorías que habitan el planeta. Ése, es un desarrollo basado en el consumo de recursos naturales, y las mayorías por mucho que se esfuercen, se capaciten y se tecnifiquen, nunca llegarán a alcanzarlo plenamente, por la sencilla razón que no hay recursos naturales suficientes para que este modelo se implemente a nivel mundial.

Gracias a la globalización del mundo, –en buena parte por las comunicaciones tanto aéreas, como terrestres y sobre todo los cambios producidos por el internet–, hacen del mundo un patio de vecindad. Sin querer o queriendo vivimos juntos, y nuestras culturas, antes reducidas a espacios geográficos territoriales muy determinados, se encuentran en la lucha por la sobrevivencia, y en muchos casos chocan con otras, porque unas más fuertes, o económicamente más poderosas tratan de imponerse sobre otras. Por eso nos llegan modelos de desarrollo impuestos, que van en contra de los valores más fundamentales de nuestras culturas. Sin ir más lejos, el desarrollo de los países más poderosos tiende a mantener su desarrollo explotando los recursos naturales de los países menos desarrollados, sin tener en cuenta las implicaciones a las comunidades y el ambiente. Sabemos que es difícil resolver amigablemente muchos conflictos en este orden de ideas y tanto menos tratar de integrar los intereses contrapuestos. En el fondo, la postura de dominación se sustenta en la falsa idea que algunas culturas son más o menos desarrolladas, cuando en realidad no son sino diferentes y que los valores de cada cultura forman parte de la riqueza de la humanidad que debe salvarse en favor de la integración y la diversidad.

La globalización nos exige otros valores, otro desarrollo y otra forma de vivir, por tanto, otra manera de relacionarnos con lo más profundo de nosotros/as mismos/as y con nuestras facultades espirituales, sea cual fuere la creencia en Dios encarnado presente en todas las culturas.

  1. Rasgos de una Espiritualidad de la Ecología

La naturaleza como don de Dios es dado al ser humano, ha sido siempre una fuente de espiritualidad y contemplación. Sin embargo, la ecología como cuidado, preocupación y ciencia de la casa (oikos-logos) en la que vivimos y formamos parte, es reciente en comparación con la tradición de la contemplación.

En los documentos de la Conferencia Episcopal Latinoamericana de Medellín (CELAM; 1968) no aparece como problemática, en los de Puebla (CELAM; 1979) aparece la mención tres veces como ecología y una como contaminación del medio ambiente, en Santo Domingo (CELAM; 1992) se le dedican dos números enteros, y en Aparecida (2007) se referencian en seis números completos. Lo que nos da a entender que la relación con el ambiente es un tema cada vez más presente en nuestros días, y signo de los tiempos para encontrar a Dios y a los/as hermanos/as.

La ecología ha nacido como problema, como cuestionamiento, como contradicción entre dos mundos o modelos de desarrollo. Desde los primeros capítulos de la Biblia, la naturaleza aparece como don de Dios, ha sido siempre causa y motivo de fuertes espiritualidades y de contemplación de muchos santos, como San Francisco de Asís o San Juan de la Cruz. Para San Francisco, por ejemplo hace 800 años la tierra, los árboles, los animales, eran hermanos, como la hermana luna o el hermano sol. San Francisco tenía una visión adelantada de lo que tendría que ser actualmente la naturaleza para nosotros y nosotras: hermanos y hermanas de ella, no depredadores. Otra cosa distinta para en la actualidad, porque nuestro modelo de desarrollo consume y consume recursos naturales como si fueran inagotables. Esta capacidad de agotar y contaminar el planeta, es la que ha hecho que renaciera la ecología como la ciencia que intenta explicarnos el funcionamiento de nuestra casa común.

La naturaleza sigue siendo parte de nuestro asombro para llegar a Dios a través de ella, la vemos amenazada de muerte, ahí es donde la ecología es entendida como la preocupación por la casa en la que vivimos y de la cual formamos parte. La ecología no solo es la naturaleza toda, incluida la del ser humano, sino las relaciones de interdependencia que se dan entre todos los seres vivos y no vivos del planeta.

Varios elementos hacen que la ecología tome vigencia para la cristiandad: la contaminación que producimos con este modelo de desarrollo por ejemplo, o la elaboración de productos necesarios para la vida que atenta contra el ambiente; el aumento de la población mundial que aumenta los niveles de consumo por encima de la capacidad planetaria de cubrir la demanda.

En 1987 la población mundial era de 5 mil millones, en el 2006 éramos 6.500 millones, y se estima que seguirá creciendo a razón de 76 millones de personas por año, de tal manera que en el año 2050 seremos más de 9.000 millones de habitantes sobre el planeta.

Existe un principio ecológico que considera que para mantener el equilibrio de la vida en el planeta cada persona que encuentra recursos naturales en una cantidad figurativa de cinco, al final de su vida tendría que dejar tres veces más para que vivan sus descendientes. Pero este principio se cumple al revés actualmente, cuando morimos dejamos tres veces menos de lo que encontramos. A estas cifras se une la aspiración de desarrollo sobre los modelos de consumo del primer mundo, lo cual es inalcanzable para el resto de la humanidad. Porque si a grandes rasgos, un 20% que representa ese primer mundo consume el 80% del total de las energías planetarias, sólo dejan un 20% para el 80% de la población restante. Si quisiéramos que ese modelo de desarrollo primermundista alcanzara a toda la población tendríamos que contar con tres planetas más en las mismas condiciones. Estos datos son muestra del desencuentro entre el ser humano, la naturaleza y Dios.

  1. El Pecado

Esta depredación constante y esta inequidad son parte del pecado del ser humano en la actualidad. En la creación todo era armonía, nosotros y nosotras la hemos roto. Esta armonía debe ser parte de la ascesis[1] de una nueva espiritualidad: ir buscando la armonía creada por Dios, con unidad entre la naturaleza y las personas. Una persona que no puede encontrar a Dios sin encontrarlo en su entorno y, a la inversa, desconoce su propia relación de trascendencia. Es decir, la relación con el ambiente se desequilibra si no existe una relación con Dios.

Dios creó armonía y es lo que debería existir, pero lo que existe es desencuentro y desorden. A esta mala relación del ser humano con Dios y con la naturaleza, se debe la grave crisis ecológica. Todo el mundo sabe esto, pero no hay voluntad política de solucionarlo. El no querer solucionarlo no es problema científico, sino ético y también espiritual.

La destrucción de la tierra aparece como una afrenta al Creador, así vemos como en todas las espiritualidades nos encontramos con el problema del pecado. El pecado se resume en acciones que destruyen la vida en el planeta, porque así se destruyen las formas de la presencia divina, o también cuando nos desconectamos de Dios, nos permitimos destruir la vida misma, y ecológicamente hablando las propias condiciones de la vida.

No tenemos nada más que recordar los últimos derrames de petróleo en el mar de La Florida (2010) y en la China (2010) donde una empresa ha derramado 1.500 toneladas de desechos químicos en los ríos, y lo mismo ha ocurrido en Perú en el mes de junio de 2016.

Con razón nos dice Aparecida: “La riqueza natural de América Latina y El Caribe experimentan hoy una explotación irracional que va dejando una estela de dilapidación, e incluso de muerte, por toda nuestra región… tiene una enorme responsabilidad el actual modelo económico, que privilegia el desmedido afán por la riqueza por encima de la vida de las personas y de los pueblos”. (CELAM; 2007: AD 473).

  1. La Conversión y Seguimiento

De cara al pecado está la conversión y el perdón, por ello se nos invita a encontrarnos con la gracia que brota del amor salvador de Jesucristo. En medio de la crisis ecológica, provocada muchas veces por mí (cada persona) y mi sociedad, donde reconocemos el despilfarro de los bienes que Dios nos ha dado, se nos invita a volver a la casa del Padre, para juntos y juntas emprender la tarea de la reconciliación (El Hijo Pródigo).

La crisis ecológica existe porque nuestro pecado ha esclavizado la creación. Por eso Juan Pablo II nos invita a realizar una conversión ecológica cuando señala que: “La humanidad ha defraudado las expectativas divinas…humillando el jardín, que es la tierra nuestra morada. Es preciso pues, estimular y sostener la conversión ecológica”. (Pablo II; 2001).

Las personas ordinariamente nos hemos colocado como sujetos frente a la naturaleza que dominamos como si fuera objeto. Sin embargo, con los aportes de la ecología, cada vez es más corriente considerar la relación del ser humano con la naturaleza como entre sujetos. Así consideramos a la creación como una comunión de sujetos (ser humano – naturaleza). Afirmar que la naturaleza es un sujeto, es ratificar que la creación tiene un carácter dinámico relacional, y personal, un valor intrínseco, independientemente de cualquier valor utilitario.

La creación es el primer y mayor fruto de la redención, el acto fundamental de la salvación de Dios, porque se manifiesta como fuente del conocimiento de Dios y como camino para llegar hasta Él. Además la creación nos muestra la bondad de Dios, y cuando experimentamos esta bondad, nos dan ganas de darle gracias y de conocer a Dios de mejor manera. La creación se convierte así en el lugar del encuentro con Dios, y por tanto en el lugar de nuestra salvación. Dios se da así mismo en la Creación y trabaja para cada persona a través de ella.

En nuestra experiencia espiritual de la ecología podemos seguir al Cristo que nos manifiesta San Pablo cuando habla a los Colosenses:

“Él es Imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la Creación,

Porque en Él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra,

…Todo fue creado por Él y para Él, Él existe con anterioridad a todo,

Y todo tiene en Él su consistencia…

Dios tuvo a bien hacer residir en Él toda la Plenitud,

Y reconciliar por Él y para Él todas las cosas”. (Col.1 15-20).

El seguimiento a este Cristo, que podemos llamar cósmico, intenta desarrollar una relación personal y dinámica con la creación como encarnación de Dios e impulsa una experiencia de la creación como camino hacia Dios. Esto supone que nos acercamos a la creación como contemplativos, experimentando a la tierra como el misterio de lo Divino, que se hace presente continuamente.

Como cristianos y cristianas acompañamos al Jesús que se encarnó en la naturaleza, que disfrutó con los lirios del campo, pescó en el mar de Galilea, convivió con el desierto, con la montaña y que supo encontrase con el Padre en la soledad del huerto. En definitiva, esto es lo que hacían los místicos. En San Juan de la Cruz leemos:

“¡Cómo disfrutaría fray Juan en este pequeño paraíso! Ya lo creo, sobre todo en eso huerto. Cuando salíamos a hacer la oración. En vez de llevar un libro y leer un punto de meditación, se sentaba ahí y nos hablaba de las maravillas de la creación. Sabía mirar como nadie la divina hermosura pintada en la naturaleza. Abría su alma y la nuestra al Dios que viste a las flores, que fluye en los arroyos, habita en los pajarillos, o arde como una fogata en los atardeceres de aquí… Luego os dispersaba para que cada uno encontrara su lugar preferido: junto a la fuente, en el monte, sentado en una roca, o allí arriba, donde se divisa un bello panorama”. (Lamet; 2009).

La vida y la experiencia de San Juan de la Cruz nos muestra como escuchar a Dios a través de la creación: “(…) y así todas estas voces hacen una voz de música de grandeza de Dios y sabiduría y ciencia admirable… y este mundo que contiene todas las cosas tiene ciencia de voz, que es la soledad sonora que decimos conocer el alma aquí, que es el testimonio que de Dios todas ellas dan de sí”. (Lamet; 2009).

El camino con Cristo que proponemos, pasa también por la cruz. Ese Cristo que sufre cuando ve que sus criaturas sufren; cuando ve que los bienes de la creación no llegan a todos y todas; cuando acompaña a quienes siguen con hambre; cuando siente que nuestras selvas desaparecen para ser sustituidas por cultivos industriales; cuando por extraer unos minerales de la tierra lo hacemos de tal manera que contaminamos toda la vida que existe en la superficie; cuando ve que no encontramos como curar VIH/Sida y que siguen muriendo millones de personas porque no llegan los retrovirales; cuando ve que algunos lugares desechan los alimentos que otras personas necesitan; cuando ve las manchas negras de petróleo en el mar, o los barcos arponeando a las ballenas, los barcos – fábrica que terminan con especies de peces porque llegan a reproducirse, o cuando ve las especies en extinción.

El grito de la tierra y el grito de los pobres es uno” (Conferencia Canadiense de Obispos Católicos).

“¿Estamos atentos al grito de la tierra misma?”.(Asamblea de Obispos de Québec).

Cristo también sufre con el cambio climático que se produce por el uso de combustibles fósiles. No somos capaces de poner freno, de darnos cuenta que los cambios se producen, y traen desgracias para el mundo. Parte del problema ecológico es la acumulación de riquezas, el consumo indiscriminado e innecesario al cual nos encamina el sistema, y por lo nos sometemos a corto plazo, sin mirar que la naturaleza se acaba irreversiblemente. Por ello, este sistema ha sido denunciado por el Papa como salvaje.

Nuestros místicos de hace unos siglos, eran capaces de escuchar a Dios a través de la creación, siendo entonces todas las voces agradables. Las personas místicas de la actualidad también escucharían, sino fuera porque ya no son claramente agradables, debido a que la naturaleza está herida, y en muchos casos herida de muerte.

La vida de Jesús no termina en la cruz. El viernes santo es el triunfo del mal sobre el bien, el triunfo de la muerte sobre la vida, el triunfo de la injusticia sobre la justicia, el triunfo de las tinieblas sobre la luz. Pero el sábado de gloria las cosas cambian para los y las creyentes, creemos en la resurrección como dice San Pablo, así si no creemos que la naturaleza se puede recuperar sería vana nuestra fe, porque en Jesucristo está la llamada a ser en plenitud (Col.1-27). Ahora estamos en el momento en que la naturaleza grita con dolores de parto, esperando que algún día aparezca en su plenitud.

La vida inserta en toda la creación está trabajando a favor de nosotros y nosotras. Sabemos que los lugares quemados con el tiempo y la lluvia se recuperan, por eso es hora que la humanidad descubra formas de mantener y mejorar naturalmente las semillas, de hacerlas producir, sin pensar que hay hierbas malas porque toda planta tiene un potencial genético desconocido.

Nos queda el reto de hacer los que nos dice Aparecida: “La mejor forma de respetar la naturaleza es promover una ecología humana abierta a la trascendencia, que respetando la persona y la familia, los ambientes y las ciudades, siga la inspiración paulina de recopilar todas las cosas en Cristo y de alabar con Él al Padre”. (CELAM; 2007: AD Nº126).

Y que esta espiritualidad no se quede en la contemplación, sino que nos lleve a la acción, para que recibamos el agradecimiento de la Iglesia como nos dice en Aparecida: “La Iglesia agradece a todos los que se ocupan de la vida y del hombre. Hay que darle particular importancia a la más grave destrucción en curos de la ecología humana”. (CELAM; 2007: AD 472).

Desde la promoción de los Derechos Humanos como de la relación ecológica podemos enriquecer nuestra espiritualidad, ellas son prácticas de las cuales Dios nos habla y a veces hasta nos grita.

REFERENCIAS

CELAM (1968): II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano Medellín, Colombia. Disponible en: http://www.diocese-braga.pt/catequese/sim/biblioteca/publicacoes_online/91/medellin.pdf

CELAM (1979): III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano Puebla, México. Disponible en: http://www.celam.org/doc_conferencias/Documento_Conclusivo_Puebla.pdf

CELAM (1992): IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano Santo Domingo, República Dominicana. Disponible en:

CELAM (2007): V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano Santo Aparecida, Brasil. Disponible en: http://www.celam.org/aparecida/Espanol.pdf

http://www.celam.org/doc_conferencias/Documento_Conclusivo_Santo_Domingo.pdf

Lamet, Pedro (2009): El Místico Juan de la Cruz. Editorial La Esfera. Madrid.

Pablo II, Juan (2001): Audiencia General. Santa Sede de El Vaticano. 17 de enero. Disponible en: w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/audiences/2001/documents/hf_jp-ii_aud_20010117.html

 

 

Para leer más puedes acceder al Libro Siembras del buen vivir: Entre utopías y dilemas posibles. ALER, Asociación Latinoamericana de Educación y Comunicación Popular (2016). Quito – Ecuador

 


[1] Referido al conjunto de prácticas y hábitos que sigue el asceta para conseguir la perfección moral y espiritual.