Oscar Felipe Téllez Dulcey[1]
La historia nos ha mostrado a la Amazonía colombiana como un escenario propicio para el conflicto por factores como la geografía, el olvido estatal y la vasta cantidad de terreno que cubre dentro del territorio nacional. No es desconocido que, por décadas grupos armados al margen de la ley han hecho presencia en las extensas selvas y que a su vez han intervenido dentro de las dinámicas de la población. Hablar del conflicto en la Amazonía colombiana es remitirnos a prácticas como el reclutamiento forzado, el secuestro, la extorsión, la proliferación de cultivos ilícitos (degradadores del suelo) y el asesinato de líderes sociales.
En Puerto Caicedo, municipio del departamento del Putumayo (Amazonía sur colombiana), tuvo lugar una de las experiencias más significativas que se hayan promovido en Colombia y América Latina, en cuanto al respeto por la Casa Común, la vida y el desarrollo sostenible de los pueblos. En 1978 luego de ordenarse como sacerdote, en Santa Rosa, Cauca, el P. Alcides Jiménez Chicangana, parte de la Prefectura Apostólica de Sibundoy, toma rumbo a Caicedo con una posición clara: la armonía entre el territorio y los seres que lo habitan es posible y sostenible; además de incentivar al trabajador campesino para impulsar la agroecología dentro de las parcelas productivas.
Así, se mostró como un amante de la agricultura y del manejo que se puede realizar para que la misma no degrade los suelos productivos; entre los campesinos pudo incentivar la siembra de frutas, hortalizas y otras especies nativas del departamento. La férrea oposición del P. Alcides a los monocultivos como la coca, la palma aceitera y otros presentes en la región, no cayó bien entre los actores del conflicto (financiados por el cultivo ilegal de coca). El 11 de septiembre de 1998, mientras celebraba la santa eucaristía en la Iglesia Nuestra Señora del Carmen, de Puerto Caicedo fue embestido por dos ráfagas de disparos: la primera, profano el altar de la parroquia, y según testimonios de los asistentes no logró el cometido de asesinato; la segunda y letal, ocurrió frente a un árbol de zapote, luego que el padre Alcides corriera hacia el jardín de la parroquia. Con 18 disparos el profeta ambiental del Bajo Putumayo fue abatido. Los actores armados no le perdonaron ese respeto por la naturaleza, ni la efusividad con que invitaba al campesinado a proteger su tierra.
El Padre Eduardo Ordoñez, desde Puerto Caicedo, recuerda a Alcides Jiménez por ‘’confrontar a actores ilegales y multinacionales a través del sentir del pueblo necesitado de comida’’, un camino que le costó la vida, pero que permanece dentro de los habitantes del Putumayo como una verdadera muestra de amor por la naturaleza, la Amazonía y la gente que la habita. Los hechos de aquel 11 de septiembre de 1998 no fueron la única muestra de violencia contra Alcides Jiménez, en su momento ya se habían levantado amenazas por esa pedagogía impulsada por el religioso, una muestra de una violencia psicológica que se convierte en otra forma de limitar nuestro actuar y las esperanzas de vida que puedan darse. La otra violencia, la estructural, esa que es representada en un Estado no garante de derechos fundamentales también se hizo presente, pues la muerte de Alcides Jiménez nos mostraba una vez más, quienes están arriba y quienes abajo en un país marcado por la desigualdad social.
En el informe del Centro Nacional de Memoria Histórica titulado ‘’Mujeres, coca y guerra en el Bajo Putumayo’’, se resaltan las enseñanzas del Padre Alcides aplicadas desde 1982, año en el que se convirtió en un «caicedense» más. Se destacan así, proyectos que abogaron por la conservación de semillas autóctonas, la producción agrícola sin sustancias tóxicas y el uso de plantas medicinales. Lo anterior, acompañado con la implementación de otra de las tesis de Alcides Jiménez: la necesidad de fortalecer el papel de la mujer como núcleo del desarrollo en la comunidad. Así pues, se promocionó y organizó a las mujeres a través del programa de desarrollo rural denominado ‘’Mujer, caminos y futuro´´, otra muestra de esa visión del padre Alcides de desarrollo comunal.
Las semillas de Alcides no solo fueron motor de desarrollo, sino que se convirtieron en semillas de vida para la Amazonía y sus habitantes. Dejando de lado los aspectos técnicos de un proyecto muy bien elaborado por Alcides Jiménez, podemos decir desde el corazón que las semillas que hace más de 40 años fueron introducidas en el Bajo Putumayo, a hoy día sigue dando frutos en la población de Caicedo y sus alrededores. No por nada se han promovido procesos sociales que son transversales a las enseñanzas de nuestro profeta amazónico. Ejemplo de ello son las palabras del agricultor Álvaro Portilla, morador de la vereda La Pedregosa, quien a través de la serie ‘’La Vida por la Amazonía’’ declaró que:
«Alcides Jiménez expresó que juntos podíamos hacer algo mejor, defender nuestra alimentación…porque sabía que la soberanía alimentaria es lo mejor, y más que todo con productos limpios, sanos, sin tener que atentar contra el medio ambiente, que es lo principal que tenemos que proteger».
En su momento, el padre Alcides Jiménez regaló a don Álvaro Portilla tres semillas de fríjol, que tiempo después se convirtieron en un octavo de hectárea, confirmando ese deseo por una agricultura propia de la región, sostenible y que represente la soberanía alimentaria que necesitan miles de familias del territorio colombiano. En palabras del propio Alcides Jiménez: ‘’si la gente hiciera lo mismo, tendríamos cantidad de comida’’.
Ángela Araujo, agricultora de la vereda La Pedregosa ha reconocido la veracidad en las proyecciones que Alcides Jiménez hizo en su momento sobre la siembre de coca con fines ilícitos:
«Está transcurriendo a través de los años todo lo que él nos dijo de la coca…que era una mata que nos traería muchos problemas; del petróleo que están sacando, de cómo contaminan, ya quieren adueñarse del subsuelo. Era como que nos quería sacar la venda de los ojos y dejarnos cómo defendernos nosotros».
El Padre Alcides Jiménez siempre defendió que aquellos campesinos que optaban por la coca con fines ilícitos como forma de vida, eran gente buena, obligada por los actores armados o por la mencionada violencia estructural a mover su economía con este monocultivo. El padre Alcides no soportaba que la gente sencilla fuera ultrajada, se reconocía como uno de ellos y levantaba su voz ante la injusticia y los atropellos. En distintas oportunidades reclamó a la facción de las FARC presente en el Putumayo durante la época, que no obligaran bajo las armas a los campesinos a cultivar coca y a realizar marchas en defensa de estos cultivos.
El legado del profeta amazónico pasa por la instrucción de organización comunal, esa que no solo motiva, sino que guía a la comunidad para emprender procesos significativos en distintos campos de acción. La metodología de Alcides Jiménez, ligada de hecho a la educación popular ha permitido que los actores sociales del Putumayo, tengan un referente para obrar. Como sus semillas, las enseñanzas de Alcides se aplicaron a distintos órdenes: la agricultura, la educación, el trabajo social, la defensa de derechos, el rol de las comunidades indígenas, el quehacer comunicativo y el desarrollo productivo.
El 11 de septiembre es una fecha que merece ser posicionada; mostrarse como un referente de los trabajos académicos o no, que aborden la situación de la Amazonía. Debe ser posicionada no por el asesinato en sí del padre Alcides, sino por un legado que más allá de perderse fue multiplicado por los habitantes del Putumayo. A nuestro profeta amazónico lo denominamos como tal por explicar a la gente una realidad que en su momento se veía lejana y que en la actualidad ha tomado posición dentro de la cotidianidad del país. Alcides Jiménez Chicangana, ha dejado un legado claro en el país y la obligación de quienes defendemos la Casa Común y la vida, para construir acciones precisas y satisfactorias que hagan honor a sus enseñanzas.