Las mujeres de pueblos originarios que hoy ocupamos espacios en la comunicación no somos una casualidad del tiempo. Somos el resultado de luchas históricas que enfrentaron y siguen enfrentando, un sistema estructuralmente racista que intentó reducirnos al silencio, invisibilizarnos y despojarnos de nuestra voz.
Frente a ese intento de borramiento, nosotras nos posicionamos desde la palabra, desde el idioma originario, desde nuestro güipil, corte y faja. Hacer comunicación siendo mujer de un pueblo originario es una acción política, una irrupción consciente en espacios que durante siglos nos fueron negados.
El acceso a los medios de comunicación no puede leerse como un “avance democrático” concedido por la institucionalidad. Porque esa democracia, la que se proclama representativa, nunca ha sido inclusiva con los pueblos originarios.
Lo nuestro no es una inclusión simbólica, es una conquista política, colectiva, sostenida y resguardada. Cuando hablamos de comunicación antirracista, comunitaria e indígena, hablamos de otra manera de construir lo público, porque estas formas de comunicación no son respuestas decorativas a las crisis políticas mas bien son proyectos epistémicos y políticos que cuestionan la hegemonía del lenguaje dominante ( el español) , las narrativas coloniales y la lógica extractiva de los medios corporativos, generalmente controlados por intereses individuales, que extraen y explotan las historias, las personas y las culturas, y, casi siempre sin tener en cuenta las realidades de las comunidades.
Nuestra narrativa no responde a la inmediatez del rating, más bien nuestra voz afirma que lo cotidiano es político, tal cual cuando una mujer indígena en un medio, con su indumentaria, hablando su idioma, es un acto de disputa simbólica.
Como comunicadoras de pueblos originarios no solo informamos, hacemos pedagogía política, sostenemos memoria colectiva.
Comunicar en idioma maya o idiomas de pueblos originarios, es un acto de desobediencia ante los moldes monoculturales que han intentado imponer un solo idioma, una sola estética, una sola visión del mundo.
Aun con los ataques racistas, por cómo pronunciamos, por cómo vestimos, por cómo pensamos seguimos hablando. Y no vamos a dejar de hacerlo.
Por eso, sostengo que
Ni silenciadas ni traducidas.
Porque, para mí, esto resume siglos de imposición, pues a las mujeres de pueblos originarios se nos ha obligado a callar, y cuando hablamos, se nos ha exigido “traducirnos” para ser aceptadas, esta es una crítica frontal a quienes han intentado hablar por nosotras, traducirnos, reinterpretarnos desde sus marcos, negando nuestra voz directa y autónoma, Y peor aún, se ha permitido que otros hablen por nosotras.
Pero ya no aceptamos traducciones coloniales, tenemos derecho a hablar desde nuestros idiomas, nuestras epistemologías y nuestros cuerpos/ tierra y memoria. No pedimos permiso. ¡No nos traducimos para encajar! Nos afirmamos con la palabra, esa palabra que nosotras misma decimos, porque que la comunicación indígena no es asistencialismo ni folclor, es territorio político, es derecho colectivo, es disputa por el poder simbólico.
Ni silenciadas ni traducidas” es mucho más que solo una frase,
Es una consigna sumamente política que reivindica la autonomía de la palabra indígena, el derecho a comunicar desde nuestros propios idiomas y ocupar los espacios sin pedir permiso, ¡No necesitamos ningún permiso!
Porque comunicar es también gobernar el sentido.
Y por eso, no seremos silenciadas ni traducidas.
Angela Cúc
corresponsal ALER en FGER – Guatemala.