2018-07-12
Por Larry Lohmann*
El apoyo a las luchas en defensa de los bosques siempre ha tenido un elemento clave: aprender y desaprender. Aprender de quienes dependen de los bosques la forma en que protegen sus territorios y sus formas de vida y subsistencia. Desaprender las doctrinas destructivas que postulan numerosos economistas, ingenieros forestales, funcionarios de Estado, incluso ambientalistas bien intencionados.
A veces lo que hay que desaprender es el uso de las palabras más simples.
En Bali, por ejemplo, una de las primeras cosas que los foráneos aprenden es que el término agua, que podría parecer una palabra “neutral”, está lleno de connotaciones problemáticas. Los movimientos locales deben combatir constantemente la idea de que el agua es un recurso mundial apropiable, separable, cuya esencia básica se expresa en el símbolo H2O. En gran parte de Bali, el agua es algo diferente: tiene sus propias energías y es inseparable de los bosques, la tierra, los peces, Vishnu (una divinidad hindú), la danza y el siempre dinámico sistema de riego subak. (1)
A menudo, también es necesario desaprender las definiciones predominantes de muchas otras palabras “simples” – o al menos ponerlas en una nueva perspectiva. De lo contrario, corren el riesgo de convertirse en poco más que un residuo de derrotas políticas.
Por ejemplo, la palabra tierra hoy en día tiene la connotación de bloques de espacio geométricos que pueden ser monopolizados por distantes propietarios privados. Pero eso solo fue posible por los cientos de años de agresión política que introdujeron la ley de propiedad privada, la tecnología para el cercado, la banca y el surgimiento de poderosos Estados.
De manera similar, palabras como trabajo y empleo actualmente se refieren principalmente al trabajo asalariado solo porque las actividades de sustento no remuneradas han sido sistemáticamente subestimadas y degradadas mientras que el trabajo asalariado se ha vuelto predominante en todo el mundo, gracias (entre otras cosas) al petróleo, el patriarcado y las plantaciones.
Estas batallas continúan. Hoy en día, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), obediente a las empresas y los Estados, todavía lucha por incluir los monocultivos industriales de árboles en la definición de bosque.
Pero dichas luchas nunca terminarán. Las derrotas nunca pueden ser más que parciales. Los esfuerzos de los movimientos de los bosques por reclamar palabras básicas como espacios de sus propias formas de pensar y vivir no reflejan nostalgia sino todo lo contrario: la comprensión de que los conceptos que se formularon en una situación de conflicto pueden ser —y están siendo— reformulados.
El fuego del capital
Uno de esos conceptos es el de fuego. Actualmente, en el mundo predomina una concepción capitalista del fuego. Sin embargo, a ella se le oponen concepciones vernáculas que continúan evolucionando. El cambio climático hace que los riesgos sean mucho mayores que nunca.
En el capitalismo, el fuego transita del paisaje abierto a las calderas, las turbinas y las cámaras de combustión. Al mismo tiempo, el fuego al aire libre, utilizado durante miles de años para crear y conservar bosques y campos agrícolas, se vuelve sospechoso y es denigrado e incluso criminalizado. Mientras tanto, un fuego mucho más intenso, destructivo y alimentado con combustibles fósiles, que está dentro de los motores y las turbinas, se convierte en signo de civilización y progreso, junto con la extracción y los desechos que lo acompañan.
Es así que si se enciende el televisor durante la estación seca en las zonas de plantaciones de árboles de Chile o Portugal o en los bosques estatales del oeste de América del Norte, seguramente verán temibles informes sobre incendios forestales incontrolables y forajidos que se rumorea serían los responsables.
Los informes nunca mencionan los fuegos provocados por los combustibles fósiles que estallan de manera invisible dentro de cada automóvil y central térmica locales. Fuegos que, a pesar del calentamiento global y la devastación que acompaña a la extracción de los combustibles fósiles, nadie soñaría siquiera con considerarlos criminales.
Los informes tampoco mencionan que estos dos fenómenos problemáticos simplemente son los dos lados opuestos de la misma moneda.
No mencionan que el proceso de despojar a los agricultores y los habitantes de los bosques de sus tierras – donde a menudo habrán usado quemas cuidadosamente controladas para mantener bajos los niveles de combustibles peligrosos y altos los niveles de fertilidad y hábitat animal – es el mismo que los termina concentrando en torno a máquinas alimentadas con combustibles fósiles que usan y canalizan su trabajo.
No mencionan que el sistema mundial de fuego que hace posible el veloz transporte internacional de celulosa o aceite de palma, a base de combustibles fósiles, es el mismo que provoca las cortinas de humo que se extienden sobre los miles de hectáreas de bosques en llamas de Indonesia.
Tampoco mencionan que la distribución industrial del fuego responsable del tránsito y la contaminación del aire en ciudades como Los Ángeles, Sydney o Quito, es la misma que permite el amontonamiento de fábricas en los paisajes circundantes, haciendo inevitables los salvajes incendios forestales que periódicamente arrasan los suburbios de esas ciudades.
El fuego en la política climática
La política climática hace más perversa aún la forma en que se organiza hoy en día el fuego.
La mayoría de quienes formulan las políticas climáticas están guiados implícitamente por la idea simplista de que el calentamiento global es causado por el fuego en abstracto. También adhieren la noción igualmente simplista de que todos los fuegos son iguales: un proceso químico de oxidación al cual se le puede adjudicar diversas innecesarias decoraciones “culturales”, “sociales”, “espirituales” o “religiosos”, dependiendo de las circunstancias locales.
Es por eso que para ellos parece natural suponer que la dependencia que tiene el mundo rico de los combustibles fósiles es algo que puede “equilibrarse” si los ricos asumen mayor control de las tierras y las prácticas bióticas con el fuego que tienen los agricultores y habitantes de los bosques en el Sur global.
O introduciendo REDD, mercados de carbono y programas de “agricultura amigable con el clima”.
Ignorando o faltándole el respeto a la diversidad y a las matices de los méritos ambientales de miles de regímenes vernáculos del fuego, resulta irónico que estos sistemas socaven, precisamente, la estabilidad climática que dicen promover, permitiendo que la estupidez respecto al fuego prolifere aún más.
Si un entendimiento puramente químico del agua es un instrumento de opresión y destrucción ambiental en Bali, también una noción globalizada y química del fuego se generaliza de una manera tal que constituye una amenaza para la tierra y los bosques en todas partes.
Pero a medida que el calentamiento global empeora y las especies que dependen del fuego son llevadas a la extinción, quizás haya llegado el momento de insistir más en la historia oculta del fuego para ayudar a abrir nuevos espacios para los movimientos populares.
Equilibrando la historia
Esta historia revela varios hechos importantes.
Por ejemplo, que los granos que alimentan al mundo se originan en entornos con frecuencia unidos por fuegos causados tanto por rayos como por humanos.
Por ejemplo, que en las épocas precolombinas, los pueblos indígenas expandieron deliberadamente el hábitat de los bisontes hasta lo que hoy es Nueva York mediante la provocación de fuegos, creando un fértil mosaico de bosques y pastizales a lo largo del este de América del Norte.
Por ejemplo, que, según el creciente consenso arqueológico, los fuegos provocados por humanos son en parte responsables de algunos de los bosques más valiosos del mundo, no solo en regiones notoriamente propensas a incendios como Australia, África austral y México, sino también incluso en la Amazonía.
Una vez más, la creencia de que la naturaleza y la humanidad son categorías separadas – lo que a menudo se le atribuye al pensador francés del siglo XVII, René Descartes – resulta ser un erróneo concepto no solo filosófico sino también histórico.
Avanzar con fuego
Una visión más equilibrada del fuego surge cada vez que las personas tienen el espacio y el tiempo para escuchar e interactuar democráticamente con los habitantes de los bosques.
En Tailandia, por ejemplo, el forestal estatal de alto rango Wirawat Theeraprasat cuenta cómo en la universidad le enseñaron que todos los incendios forestales eran malos. Solo a través de años de diálogo con los aldeanos Karen, en su calidad de director de un importante santuario de vida salvaje, se dio cuenta de la importancia ambiental de las prácticas locales de provocación de incendios que le habían enseñado a menospreciar.
Por su parte, el líder Karen más joven, Prue Odochao, aprendió al participar en las cumbres internacionales sobre el clima lo importante que era recordarle a los activistas del Norte global que las listas de las causas del calentamiento global nunca deberían agruparse – por ejemplo, los agricultores Karen utilizando fuego biótico en la superficie de la tierra junto con las compañías de combustibles fósiles excavando las profundidades de la tierra para extraer carbón, petróleo y gas.
“¿Cuántas aldeas Karen”, preguntó Prue, “han perforado pozos de petróleo dentro de sus fronteras?”
Historiadores medioambientales como Stephen Pyne y Charles Mann, quienes han explicado cómo existen diversos sistemas de fuego en diferentes momentos y lugares, y por qué esto es ambientalmente importante, pueden ser de gran ayuda para abrir un nuevo diálogo necesario sobre el fuego. Pero la discusión, como siempre, será impulsada sobre todo por las continuas luchas de base.
Nota:
(1) Indonesia: La resistencia de lo sagrado en Bali contra la “revolución verde” y la industria del turismo, Boletín 237 del WRM, abril de 2018. https://wrm.org.uy/es/articulos-del-boletin-wrm/seccion1/indonesia-la-resistencia-de-lo-sagrado-en-bali-contra-la-revolucion-verde-y-la-industria-del-turismo/
Lecturas complementarias
Adeniyi P. Asiyanbi, “A Political Ecology of REDD+: Property Rights, Militarised Protectionism, and Carbonised Exclusion in Cross River”, Geoforum 77 (2016) 146–156.
Mike Davis, Ecology of Fear: Los Angeles and the Imagination of Disaster (Verso, London, 2018).
“El Diablo in Wine Country”, London Review of Books 39 (21), November 2017.
Silvia Federici, Caliban and the Witch: Women, the Body and Primitive Accumulation (Autonomedia, Oakland, 2017).
Matthew Huber, “Energizing Historical Materialism: Fossil Fuels, Space and the Capitalist Mode of Production”, Geoforum 40 (1) (2009) 105-115.
Charles C. Mann, 1491: New Revelations of the Americas before Columbus (Vintage Books, New York, 2006).
Stephen Pyne, “Fire Planet: The Politics and Culture of Combustion”, Corner House Briefing Paper 18 (2000).
Ivonne Yanez, “Josefina y el Ojo de Agua contra las plantaciones en los páramos del Ecuador”, Boltín 211 del WRM, marzo de 2015.
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*Larry Lohmann, larrylohmann (at) gn.apc.org, The Corner House
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Fuente: WRM: https://wrm.org.uy/es/files/2018/07/Bolet%C3%ADn-238_ESP.pdf