2017-07-20
Sandra y William postularon para participar de la experiencia de pasantía e intercambio en el programa Quebec Sin Fronteras (QSF), que desarrollamos en ALER en alianza con Desarrollo y Paz. Estuvieron 75 días viviendo la experiencia de ser comunicador/a latinoamericano/a en Canadá, compartiendo aprendizajes y reflexiones conjuntos. Compartimos sus testimonios.
Sandra Rojas Villamuez / Grupo Comunicarte – Colombia
William Salazar Aguirre / FM Bajo Flores – Argentina
Descendimos a una ciudad de Montreal que había recibido la última oleada de nieve pocos días antes. La mañana siguiente, bien abrigados y sentados en una mesa frente a un desayuno de tostadas, huevos fritos y café (más algunas frutas) comenzamos a desenrollar el hilo de lo que serían esos dos meses y medio de pasantía. No sabíamos a lo que nos íbamos a enfrentar. Estábamos preparados, sí, listos. Pero los nervios nos sacudían desde bien adentro del alma. El idioma no era el nuestro y los cursos de francés con sus libros y anotaciones los borró la nieve que se derretía muy lentamente en parques, veredas y calles. Mente en blanco y adaptación. Ansiedad y paciencia.
Al momento de comenzar a transitar el camino conocimos a dos compañeras, Margarita y Tatiana, que venían representando a CEPROSI (Centro de Promoción y Salud Integral) de La Paz, Bolivia. Ya siendo cuatro nos planteamos las primeras dudas, enfrentamos los primeros miedos típicos del caso. Entre nosotros, como grupo. No fue fácil. Entre los cuatro comenzamos haciendo malabares con lo cotidiano. En medio de esto, Julie, del equipo de Desarrollo y Paz, así como Jeanne, quien era pasante programa en Desarrollo y Paz del programa QSF, se convirtieron en nuestro soporte y oídos cuando la nueva realidad parecía sobrepasarnos.
Llegamos al día en que sería la primera presentación de todas sobre el trabajo y la misión de ALER, que es también el motivo de existencia del Grupo Comunicarte y FM Bajo Flores. Sería frente al equipo de Desarrollo y Paz en las oficinas ubicadas en el centro de la ciudad, en el Boulevard René Lévesque, nombre de uno de los personajes fundamentales de la provincia de Quebec en la lucha de autodeterminación e independencia por sobre Canadá. El hotel donde nos hospedamos los primeros días estaba en la misma avenida, a una cuadra de esas oficinas.
Preparamos todo después de una noche con un café improvisado y la calefacción al máximo. Otra vez, no sabíamos a los que nos íbamos a enfrentar. A esas alturas habíamos entablado una relación de amistad con nuestras compañeras de Bolivia que perduraría hasta el final del viaje. Y ahí estaban esa noche con nosotros, preparando también su presentación, dibujando con palabras y música la cultura boliviana, bebiendo del mismo café aguado. El cielo se hizo azul oscuro y cambió a una madrugada gris con niebla. Las aves del puerto inundaban el espacio con sus graznidos melancólicos, solitarios, como en una película de suspenso.
Salimos airosos. La mente en blanco al dibujar el proyector sobre el lienzo pegado a la pared dio paso a una avalancha de palabras y conceptos comprendidos en años de trabajo. La comunicación como un derecho humano inalienable. La necesidad de construir medios de comunicación comunitarios y populares, lejos de la lógica privada. La idea de que ese tipo de comunicación sirva como herramienta para la justicia e igualdad en nuestros pueblos. La ambición de construir redes y medios que puedan disputar la agenda periodística manejada por agencias pertenecientes a grandes grupos económicos concentrados. La filosofía del Buen Vivir como un pensamiento profundamente propio de nuestro continente latinoamericano, de nuestra forma de ver la vida en la tierra; más en contacto con nuestra naturaleza, siendo complemento y no dueños.
Otra vez el idioma. En esa presentación y en las siguientes tuvimos que tener mucho cuidado con nuestra forma de hablar el español. La rapidez de nuestra pronunciación y nuestros acentos no siempre fueron bien recibidos. Tardamos en adaptarnos, es más, creo que no lo hemos hecho nunca. Ellos tampoco. Siempre fue un ir y venir para comunicarnos, conversar sobre el día, el clima, las actividades, la comida. La comida, punto que también fue fundamental y no siempre tan dulce como el sirop d’érable[1] que se extrae de los árboles y cocinado a fuego fuerte se convierte en un acompañante para las tostadas del desayuno o la merienda, como el dulce de leche, la mermelada o la manteca. Y no sólo para eso, como aprendimos después. Ese dulce tradicional de Québec acompaña los platos preparados con cerdo, legumbres y mucho más, como aprendimos en las cabañas escondidas bien adentro del bosque.
Había que entendernos, estirar el brazo y estrechar las manos. Entender que los problemas que vivimos como pueblos al sur también los sufren los pueblos al norte, sólo que con otras realidades. Nuestras dudas eran certezas para ellos, y sus certezas nuestras dudas. Encaramos eso con dos realidades: la de los pueblos originarios de Canadá y el trabajo de las radios comunitarias en Montreal.
En ese camino iniciado en la radio CKUT 90.3 comprendimos la lucha desigual de los pueblos de las “primeras naciones” por obtener reconocimiento, voz y voto en las decisiones de un país que los encierra en terrenos cerrados de lindas casas y cero libertad, que irrumpe en sus tierras para destruir los recursos naturales y venderlos al mejor postor, que los olvida y les niega derechos una vez que un hombre originario, ser humano como todos nosotros, intenta salir de esos lugares de encierro conocidos y aceptados como “reservas”. La lucha sigue y la balanza a ellos los desfavorece, se inclina por el momento hacia el otro lado. ¿Cómo unirnos como pueblo bajo una misma idea, bajo un mismo objetivo? Recordamos la idea de Eduardo Galeano sobre los fuegos que arden y encienden. Nos convencimos aún más que debemos ser eso, transformarnos en eso con la comunicación como arma en nuestras manos.
Junto al Comité por los Derechos Humanos en América Latina (CEDHAL), una organización de carácter social, tuvimos la oportunidad de trabajar en la construcción de una propuesta comunicativa que les permitiera socializar su labor; la radio y el uso de herramientas digitales resultó ser una buena opción. Hablamos de géneros y formatos, la importancia de los cuatro elementos para dibujar en la mente de los oyentes lo que estamos diciendo, el mensaje a enviar. La pequeña pelea interna y colectiva por darle sentido a todo lo que nos rodea. Al final el resultado fue un panorama informativo que se emitirá cada mes.
Pusimos en la mesa la idea de una comunicación comunitaria al servicio de nuestros pueblos, a nuestra manera. Con la convicción y claridad de Colombia y el descaro y la ¿seriedad? de Argentina. De Popayán y Bajo Flores, más específicamente. Eso lo llevamos hasta los hogares de nuestras familias de acogida, que tuvieron que comprendernos de a poco, con mucha voluntad y poco tiempo. Con ellos aprendimos y comprendimos mucho más sobre los problemas cotidianos que los quebequenses enfrentan a diario.
La tranquilidad parecía estar al límite, en el aire se percibía una idea independentista que no encontraba la vuelta para convertirse en realidad. “Hay que hacer la revolución”, decíamos más de una vez con Jeanne y Julie, en tono de broma y medio en serio. Porque teníamos bien en claro que ya la estábamos haciendo al crear lazos, al compartir experiencias, al darnos fuerzas para continuar la lucha en nuestros países, invisible a veces por tanto bombardeo del sistema imperante que baja defensas.
Nuestro trabajo no responde al poco o mucho dinero que obtengamos por un reporte bien editado, por una voz bien modulada o por utilizar equipos y consolas de última generación. Nuestra militancia no está atada al prestigio o premios que podamos obtener en el camino. Nuestros medios no sirven de nada si por ellos no pasa el pueblo y se apodera del micrófono, de la producción y dirección; para pelear por la vida, por la justicia, la libertad, la soberanía y crear una identidad propia que pueda contribuir al bienestar de otros pueblos de este loco mundo.
Además de ser un viaje para descubrir y aprender, fue también una experiencia para alimentar la locura que nos trae la vida, el peligro de estar vivos y comunicar que estamos acá por un motivo que va más allá del simple hecho de respirar. Todos juntos construimos una realidad que a veces se nos va de las manos y no podemos controlar ni lo que inmediatamente nos rodea. Pero juntos también podemos cambiarla, nosotros como comunicadores.
Todo esto es también parte de esa loca idea que tenemos cuando decimos que comunicar es un “acto de libertad”, como escribió alguna vez una de las plumas más significativas de la literatura y la revolución latinoamericana, Rodolfo Walsh.
Les compartimos algunas fotos en este enlace
Programas que se realizaron con CDHAL
FM Bajo Flores participó de un encuentro internacional de comunicación popular
[1] Miel o jarabe de maple, árbol típico de Canadá.