Autor: Cristina Cabral
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Si digo que puedo “parar la olla”, estoy diciendo que puedo dar de comer a mi familia. “Raspar la olla” es no llegar con la comida que tenías para que coman todos. Llamar a una olla popular es salir a la calle, organizarse para sumar un poco cada una y comer todos y todas.
Hablar de las ollas entonces, no es cualquier cosa. Las mujeres son las que organizan en general estas comidas comunitarias en épocas en que no muchos no pueden comer en sus casas; ya sea porque no hay trabajo, o porque el que hay no alcanza para dar de comer.
Las ollas populares fueron un símbolo de la crisis del 2001 en Argentina, se preparaban en los piquetes, en las organizaciones de desocupados. En las grandes ciudades fueron ollas hechas para alimentar a quienes debatían en las asambleas barriales.
En los últimos años la comida es sacada a la calle como forma de protesta, antes de entrar a la olla. Denunciando que hay una distancia larga entre quienes producen los alimentos y quienes los tendrían que comprar. En los “feriazos”, los productores de frutas y verduras denuncian que no pueden vender lo que producen y por lo tanto no pueden seguir produciendo. En el “panazo” que se hizo en mayo, los panaderos vendían el pan al costo en las plazas de país para pedir que se declare el pan un bien social. Parece increíble que un país productor de trigo, tenga que declararse al pan un bien social para que su pueblo pueda comer.
Por otro lado cada semana hay alguna movilización en el país que denuncia el hambre, que pide trabajo. A diferencia de 2001 no son las organizaciones de desocupados las convocantes, sino las y los trabajadores de la economía popular, los que fueron despedidos de sus trabajos en los últimos años, quienes no consiguen trabajo y no logran para la olla.
Hay dos caras de una misma moneda. Productores a los que les «pagan dos mangos» por su producción, y un pueblo que se empobrece cada vez más porque no puede comprar esos productos. En los dos lados el aumento de los servicios básicos como la luz, el gas y el agua los dejó “en la lona”, como decimos en Argentina. Y en el medio las grandes cadenas de alimentos y supermercados que se llevan la mayor parte. Menos productos que circulan, con una mayor ganancia para esas empresas, pero más hambre del pueblo.
Quienes producen reclaman para que los alimentos frescos y sanos lleguen a las casas para “parar la olla”, un derecho que tenemos en todos los habitantes de Latinoamérica.