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2019-06-03

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Por Cindy Chanduví,

Pasante en Montreal del programa de reciprocidad Quebec Sin Fronteras, en representación de ALER

Cuando dejé mi Perú para ir a un país con un idioma y clima diferente al que estoy acostumbrada desde hace 30 años, pensaba en lo que podía resultar difícil para lograr los objetivos de la pasantía para la cual había sido elegida. Pero me di ánimo a mí misma cuando decidí lo que finalmente comprobé cada uno de los 75 días de mi estadía en Canadá: que esta pasantía sería más que una experiencia laboral, una experiencia de vida que nunca olvidaré.

Y así quiero empezar resumiendo esta oportunidad, como una valiosa experiencia de vida que no hubiese sido posible sin todas las personas que me han apoyado antes y durante la pasantía. Antes del viaje: Lucho, Belia y todos los compañeros de Radio Cutivalú que hicieron suya la alegría de la selección. Desde ALER, Hugo y María que siempre estuvieron al tanto para prepararnos y dar recomendaciones con el fin de aprovechar al máximo esta experiencia.

Ya en Canadá, ni qué decir. Como le repetí muchas veces a Andrés Ramos, mi querido amigo y colega de Colombia, tenemos suerte de encontrarnos siempre con gente amable y que nos abre su corazón para intercambiar esta experiencia de vida. Esto sin duda ha sido un componente vital para que toda la estadía sea provechosa e inolvidable.

Desde Axelle, Laura y Marie Hélén de Desarrollo y Paz, las primeras personas con las que me encontré en la multicultural Montreal; hasta Marie-Eve, Rosa y Marie, excelentes compañeras de trabajo en el Comité por los Derechos Humanos en América Latina-CDHAL y amigas de gratas experiencias y reflexiones sobre la lucha que compartimos por causas justas.

La pasantía llegó a mí justo cuando necesitaba hacer una pausa para reflexionar sobre la vida y el trabajo, ya que nadie puede dar lo que siente que le falta. Hacía rato que necesitaba parar y reflexionar sobre el aporte que realizamos desde la radio, cómo es que renovamos y alimentamos esa forma de hacer de la comunicación popular una herramienta que contribuya al buen vivir, de la mano con el respeto a la Abya Yala.

La distancia territorial y de pensamiento, sumado a las actividades en las que gracias al CDHAL pudimos participar en Montreal, facilitaron las reflexiones sobre la interdependencia entre la parte norte y sur de América, pero también sirvió para romper mitos sobre lo que se dice de países como Canadá, donde si bien encontré cosas que me gustaría se replicaran en mi país, también identifiqué acciones y decisiones que distan mucho de los mal llamados ‘países desarrollados’, porque atentan claramente contra los derechos de los más vulnerables, como son las comunidades indígenas y los migrantes.

La reflexión me llevó incluso a pensar, claro está sin ánimo de reclamo, pero sí de manifiesto, que era probable que el bienestar del que gozan países como Canadá es a costa de otros pueblos, como América Latina. Basta echarle una mirada a la cantidad de empresas canadienses presentes en América Latina donde han originado serios conflictos sociales.

Pero felizmente, la moneda tiene dos caras, y esa otra cara es la lucha que instituciones como el CDHAL, Desarrollo y Paz, así como personas voluntarias y comprometidas, hacen suya a pesar de los kilómetros de distancia, pues felizmente las fronteras solo son geográficas y todos tenemos en común la esencia humana, que trasciende espacios físicos.

Los conversatorios, las charlas, las movilizaciones ciudadanas organizadas en este país y en las que participamos activamente son una muestra de ello. Así como lo han sido, las horas de debate con las ‘compas’ Marie, Rosa y Andrés para construir de la mejor manera la nota semanal y el boletín que compartimos con ALER.

El pequeño mundo que representa un país como Canadá, o mejor dicho una ciudad como Montreal, de variadas expresiones culturales y religiosas, alimentó el conocimiento, pero sobretodo la convicción por seguir resistiendo al poder económico y político actual que antepone la riqueza antes que el ser humano.

Vivir de cerca esa multiculturalidad ha sido clave. Vivir por ejemplo con Carole, una socióloga francesa que me acogió en su hogar durante toda la pasantía y con quien fui por primera vez a un mercado latino (para no extrañar tanto la comida de casa), al cine, a conciertos de música y a visitar un parque nacional. Mención aparte merecen el vino y el queso que acompañaron nuestras cenas mientras hablábamos de sus años juveniles de militancia en la izquierda de Francia, o de la lucha del sector obrero en Brasil, país donde años atrás hizo una investigación.

Esa variedad también se la agradezco de manera especial a mis queridas Iris y Alison, psicólogas bolivianas que, al igual que Andrés y yo, también llegaron a Canadá para realizar la pasantía. Nuestras caminatas, nuestras salidas a museos, a montes; nuestras primeras ‘perdidas’ por las calles de Montreal, nuestras visitas al barrio chino, al barrio italiano, pero de manera constante al Dollarama (tienda de objetos chinos a precios muy cómodos), han sumado a esta experiencia.

Las palabras no me alcanzarían para agradecer a ALER, a Radio Cutivalú, a Desarrollo y Paz, y al CDHAL por hacer posible este intercambio y el establecimiento de nuevas relaciones con quienes compartimos el mismo objetivo. Pero, sobre todo, agradezco a cada una de las personas que me abrieron la puerta de sus casas y de sus vidas para que me sienta en familia, tanto en el hogar, como en el trabajo, así como en cada oportunidad en la que pude expresar mi orgullo por mi origen y por la lucha de los derechos de América latina, convicción y compromiso que ahora más que nunca está nutrida de esta experiencia de vida que nunca olvidaré.