2019-05-22
Entre mundos y fronteras
Cuestionando lo real
El bien y mal
Lo desigual
Lo heredado, lo adquirido y lo impuesto por igual
Alma Mestiza – Rebeca Lane
Minga[1]
Dicen que Canadá es un país multicultural, muy respetuoso y que Montreal ciudad a la que voy es el lugar para vivir la cultura. Con esta percepción un 25 de febrero llegue a Montreal, eran las 12 de la noche, mi primer contacto con el francés fue cuando uno de los agentes de policía me preguntó: -Avez-vous un type de marchandise à vendre?- Entendí que preguntaba si traía algún tipo de mercancía para la venta, me lo dio a entender cuando se sonrió y me entrego nuevamente mi pasaporte.
A la salida del aeropuerto me encontré con cuatro mujeres, dos de ellas bolivianas, desconocidas para mí, Axelle y Marie- Héléne, coordinadoras del proyecto de Quebec sin Fronteras de la organización Desarrollo y paz, con quienes nos habíamos en contadas ocasiones vía Skype. Me encontraba conmocionado, así que un abrazo fue lo más confortante en aquel momento. Después de esto procedimos a ir al hotel, que nos albergaría 3 días hasta el momento en que la familia de acogida estuviera lista para recibirnos.
¿Recuerdan las dos mujeres de Bolivia del aeropuerto? Pues bien, se llaman Iris y Alison del Centro de Promoción y Salud Integral (CEPROSI) y con ellas, Cindy de Radio Cutivalú en Perú, quien con el pasar de los días se convertiría en mi colega y amiga.
Llegó el día de ir a casa de las familias de acogida, me encontraba muy nervioso por no tener algún conocimiento previo acerca de ellas, sin embargo, esto permitió que no tuviera ninguna preconcepción que hiciera difícil mi integración con Anne y su hija Jacqueline, la familia con quienes viviría; ellas son de la república de Camerún, en África central. A partir de aquí comienza mi intercambio cultural, y con ellas el intercambio gastronómico, pero sobre todo el compartir y apreciar la influencia africana que llevo conmigo, desde que la colonización trajo a Colombia los primeros esclavos, que hoy en día lideran luchas por el territorio y la vida en el sur occidente de Colombia y en todo el mundo. Con ellas, aprendí parte de lo que es ser migrante, apropiarse de los valores culturales que impone el lugar en el que te encuentras y de la misma manera preservar aquellos con los que naciste.
Por primera vez me enfrenté a un choque cultural, el primer día de tomar el metro en la Estación Beaubien, y esperar que unos bajaran y luego subir para guardar la debida distancia social que respeta el espacio personal. Me asombre… y pensé en la primera comparación con Colombia y su sistema de transporte citadino “El transmilenio”, luego vi a la derecha y observe que todos miraban su celular, un libro o el periódico. Luego pensé en el grave error de comparar, sin embargo, era normal al experimentar una nueva cultura, y en mi interés por desmitificar a los “países del primer mundo” observaba atentamente cada uno de sus comportamientos, como si fuera una regla seguí el dicho: “a donde fueres, haz lo que vieres” lo cual resultó práctico, porque me adapté muy fácil, tal que al llegar al trabajo ya saludaba en la tonalidad precisa: -Salud! comment ça va?- (Hola, ¿cómo está?) Y con ello me integré a el Comité por los Derechos Humanos en América Latina CDHAL, un grupo de mujeres, enamoradas y dedicadas a las luchas feministas, ambientales y sobre todo de la protección a la vida.
De esta manera, al comenzar mi trabajo en CDHAL acompañado de mujeres empoderadas, inteligentes y que se dicen feministas, manifesté mi segundo choque cultural, de modo que, el hablar de nos, los, nosotros se debía reformular por un lenguaje inclusivo, esta vez yo era parte de ellas, y en cada reunión éramos nosotras, por primera vez sentía lo que es normal en una cultura predominantemente machista, donde se excluye en muchas ocasiones la figura femenina del leguaje al momento de hablar; de cualquier modo, un hombre formado en cultura machista, hetero-patriarcal se sentiría ofendido, excluido, en mi caso gracias al trabajo en Grupo COMUNICARTE donde la equidad y la inclusión son valores que se fomentan, no fue difícil.
Acto seguido, continúe con mi experiencia intercultural, y el lugar de trabajo que era más de aprendizaje mutuo, incentivo una visión global y crítica acerca de los países de América latina y sus problemáticas. Trabajaba con una mujer llamada Rosa que era de Brasil, pero de madre salvadoreña, un compa de Montreal llamada Marie, y la directora llamada Marie – Eve, como también con otras colegas de Cuba, de Francia y de Perú. El aprendizaje fue grandísimo, escribir una nota periodística implicaba el análisis y la mirada crítica desde cada país y los esfuerzos que tenía cada comunidad para confrontar o resistir a un mismo hecho, que sin duda nos afectaba como América latina: el extractivismo minero – energético.
Estábamos empoderadas y empoderados, un amor gigante por aportar un grano de arena a las luchas latinoamericanas se despertaba y con ello la masiva participación en diferentes movilizaciones y proyectos crecía, de allí que fuéramos partícipes, de marchas por el cambio climático, la marcha por los derechos y las luchas de las mujeres, la conmemoración a la defensora en Honduras, Berta Cáceres, las manifestaciones en el consulado de Colombia por la defensa a la vida de las lideresas y líderes sociales, movilizaciones por el racismo y hasta la asistencia a talleres acerca de la justicia energética y sus alternativas para un buen vivir.
Este intercambio ha caminado desde diversos espacios de debate y deliberación sobre un sentipensar indígena, campesino e intercultural en el Abya Yala y los países del norte, en este caso Canadá, que también lidera luchas en sus territorios, como es el caso de la comunidad nativa autóctona Kahnawake, quienes luchan contra políticas colonialistas, recelos y discordancias han hecho mella en la relación entre los pueblos indígenas canadienses y el resto del país.
Desde estos espacios de intercambio cultural, en el que podemos observar que somos un tejido de diversos colores y texturas que necesita de todos los hilos nos reafirmamos en mantener las luchas por las costumbres, las cosmovisiones, las lenguas autóctonas, los conocimientos, los saberes, sabidurías y haceres propios, así como el mantenimiento en armonía de la Madre Tierra como base fundamental del arraigo cultural que orienta y guía nuestros caminos.
Enormemente agradecido con la Asociación Latinoamericana de Educación y Comunicación Popular (ALER) y las organizaciones Desarrollo y Paz, así como las personas que acompañaron este proceso en el cual la vida se transforma y las lucha se fortalecen, por que como me dijeron ante de volver a Colombia “Un instante, es una eternidad cuando la disfrutamos” y para mí siempre será una eternidad.
Andrés Ramos
Grupo Comunicarte – Colombia
[1]Minga: una alternativa de cambio, de ruptura de paradigmas y de potencial para la defensa de los territorios. http://caritascolombiana.org/la-minga-una-herramienta-que-une-comunidades/