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2018-11-20

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                                                                                               P. Ismael Moreno / ERIC – Radio Progreso

La migración no tendría que ser nunca un macizo de historias tristes. Así nos lo dicen las enormes manchas de aves que en tiempos de invierno se trasladan desde el frío del norte buscando el calor de zonas tropicales.

Así van las aves, volando sin fronteras. Así van libres, surcando el cielo, viendo hacia la tierra y gozando de su libertad. Y van en grupos, apoyándose unas con las otras. Cuentan que organizan su vuelo para complementarse en todo el trayecto. Unas aves van delante de las otras, y van turnando su lugar conforme su cansancio y la distancia recorrida. Vuelan organizadas mientras cruzan montañas, valles, planicies, en plena libertad por los cielos de las Américas.

En esta migración de las aves no existen historias de tristezas. Al menos mientras no intervengan las manos y las mentes humanas, y mientras se encuentren alejadas de la tierra, donde amenaza la mano criminal de los humanos y la contaminación de químicos y gases. Porque si bajamos a la tierra, a sus valles y montañas, sus ríos y sus montes, pampas y mesetas, sus aldeas, veredas y ciudades, entonces nos encontramos con los cercos y los muros sólidamente construidos. Y si vamos a las fronteras hay muchos trámites para cruzar de un lado a otro lado, en una misma tierra. Y si llegamos a la frontera entre México y Estados Unidos, nos encontramos con un enorme e interminable muro para detener el paso de todo aquel ser humano que busca pasar de un lado al otro lado de la frontera.

La migración en la tierra es una historia muy distinta a la migración de las aves en el cielo. Aquí en la tierra se elevan los muros y se establecen distancias entre las personas, porque lo que importa ante todo es convertir en dinero todo lo que existe en la faz de la tierra, hasta convertir la migración –esa hermosa experiencia innata de los seres humanos–, en un subproducto del capitalismo, y de la voracidad del mercado. Aquí en la tierra, a diferencia de las aves que vuelan sin fronteras y sin aduanas y sin puestos migratorios, establecemos distancias por origen social y étnico, por el color y por documentos.

Quien acredita que tiene dinero y documentos muy bien legalizados, puede cruzar una frontera. Desde esta concepción de migración establecida por los mercaderes de la muerte, parece que los seres humanos existimos unos con más almas que otros, unos con mucha alma y otros que nacieron incluso sin alma. Estos, que son mayoría, son los que valen menos que la mercancía, y ante quienes el imperio construye muros e implemente leyes para tratarlos mucho menos que a animales. Y cuando avanzan hacia sus fronteras, el imperio se organiza militarmente para la guerra.

Si no hay dinero, si no hay documentos, para las fronteras no hay ser humano que valga. El fenómeno de la migración remite esencialmente a un fracaso de humanidad, y todavía con mayor crudeza, remite a racismo, discriminación, exclusión social y modelos económicos, sociales, políticos y culturales productores de violencia y expulsión de seres humanos.

Ante las fronteras no existe igualdad en los seres humanos. Hay humanos que son más, seres humanos que son menos, y seres humanos que no existen. Y los que no existen son la mayoría que proceden de países empobrecidos que emigran hacia el norte buscando un lugar digno en este mundo. Tiene más existencia una mercancía cuando está muy bien documentada. Una persona que emigra, en su origen ha sido discriminada por su pobreza y sus orígenes étnicos. Es discriminada durante el trayecto, y si logra llegar a su destino, vivirá como un ser humano sospechoso, discriminado, como un paria.

Las aves del cielo nos muestran el camino y el modo de surcarlo. Sin fronteras y sin cielos cerrados y nunca volando solas. Vuelan en grupo, organizadas para alzar y darse fuerza y energías, siempre el vuelo. Así han de ser los caminos en la tierra, sin fronteras y sin muros, sin documentos y sin fríos permisos, con las puertas abiertas, caminando en grupos para no perdernos nunca en el andar. Como las caravanas que irrumpieron como un devastador terremoto humano, social y político. Las caravanas humanas de migrantes desafían el planeta entero, los poderes establecidos y que conducen el mundo. Expresan el hartazgo de un sistema productor de desigualdad, productor colectivo de riquezas y acumulación infinita de la misma en un pequeño grupo de personas y familias.

Las caravanas, los éxodos masivos de pueblos excluidos dejaron su silencio y se deshicieron de sus paciencias históricas para mostrarnos que no hay nada posible en este mundo sin contar con ellos, sin esas juventudes y esas mujeres que después de haber pedido todo, ahora ya no tienen nada que perder, porque ya perdieron su paciencia, su miedo y sus cadenas de esclavos. Y se convierten en el anticipo de la configuración de un mundo geopolítico y social distinto y posible. Para que entonces, cualquier lugar del mundo sea una casa abierta en donde quien emigra encuentre un trozo de historia feliz para su vida.

Los migrantes no solo tienen alma, sino que son el alma de las luchas actuales, y hemos de aprender de todos ellos, a hacer que nuestras vidas sean un aprendizaje para que siempre sigamos el modelo de las aves que surcan los cielos, o como los migrantes en esta tierra de angustias, que se abren caminos derribando muros y paradigmas dominantes, como lo que son: almas libres y rebeldes.

 

Presentación realizada en el evento público La comunicación es un derecho, migrar también en el marco del aniversario de ALER.